La persona que acude a una consulta de nutrición suele relacionar ésta únicamente con su peso, pero los médicos nutricionistas debemos hacer un abordaje integral.
Por un lado es necesario valorar el aspecto médico. Para ello, hay que conocer el estado del paciente, hacer un historial y un cuestionario de su estado actual y siempre informarnos sobre el motivo de la consulta.
Además de todo esto, es muy importante analizar el estado intestinal. Debido al estrés, a una toma de antibióticos, a una inadecuada alimentación, entre otros motivos, es probable que haya una seria alteración de la flora intestinal. Si este problema no se ha tratado, el intestino se vuelve hiperpermeable, lo que significa que por sus paredes se filtran más sustancias de las debidas, lo que supondrá un abanico muy amplio de trastornos en todos los ámbitos (piel, articulaciones, mucosas, problemas respiratorios, etc.).
Es necesario estudiar el intestino y poner en marcha los recursos necesarios para tratar el problema, del mismo modo que es importante también realizar un estudio minucioso de la analítica de la persona que acude a consulta para detectar múltiples alteraciones que, a menudo, pasan inadvertidas. Con todo ello, se sugerirá macro y micronutrición, lo que contribuye a una gran mejoría de cada caso.
Otro tema fundamental es el estado emocional de la persona. Sabemos que el comer genera frecuentemente una sensación de bienestar. Comemos movidos por múltiples emociones: el aburrimiento, la rabia, la ansiedad, la ira, la tristeza, el estrés o la alegría, entre otros, condicionan la forma de comer.
Cuando comemos hidratos de carbono, o sea, alimentos dulces o pan, cereales, etc, éstos nos producen una sensación de bienestar que nos durará una hora y media y, al cabo de ese tiempo, si no somos consciente de ello, nuestro organismo de nuevo nos «pedirá» más dulce.
Esta respuesta a nuestras emociones se convierte en un automatismo que repetimos una y otra vez, contribuye a un aumento de peso y repercute de nuevo en las emociones negativas, y de nuevo comienza el ciclo: «Me siento mal y como, y después me siento mal por haber comido». Esto además suele producir una sensación de culpabilidad que incrementa la angustia, la ansiedad y la frustración.
¿Una persona sola puede solucionar este problema?
La respuesta es no. Es necesario acudir a un profesional que tenga en cuenta todos estos parámetros y que explique qué significa una dieta equilibrada: una dieta en la que no se pasa hambre, en la que se entiende por qué hay que comer de una determinada manera, cómo nuestra forma de comer influye en el sistema hormonal y nos permite encontrarnos mucho mejor y disminuye la inflamación silenciosa que se produce a diario por una comida inadecuada. Esta inflamación a corto o medio plazo nos hace enfermar de múltiples formas. Puede aparecer un aumento de colesterol, una diabetes, una enfermedad cardiovascular, articular, un bajo peso, obesidad, alteraciones del tiroides, alergias, enfermedades autoinmunes…
Del mismo modo, es conveniente la ayuda para detectar cuáles son los motivos que conducen a un atracón, a comer cualquier cosa a cualquier hora, a no comer, que permita reconocer el problema que existe alrededor de la forma de alimentarse.
Si no se detecta cuál es el problema, es imposible que la persona pueda regularse y pueda poner en marcha otros recursos que le harán sentirse bien consigo misma. Esto supone un cambio para toda la vida, lo que asegurará un buen estado de salud física y emocional.
Ana Garbizu
Médica Nutricionista